dimecres, 19 de desembre del 2007

Viure a Rabat, treballar al "Lalla Meriem"

Navegant per internet vaig trobar un aquest escrit que tot seguit podreu llegir, està escrit per una monja franciscana que treballa al Lalla Meriem, orfanat de Rabat on vàrem anar a buscar els nostres fills. M'ha agradat com explica la seva feina amb els nens allí acollits, perquè traspua tendresa, tendresa que els nens reben i com a mare adoptiva crec que és de vital importància pel seu desenvolupament.
Al interior de los baluartes de la bonita ciudad de Rabat, capital de Marruecos, se codean obreros, burócratas, comerciantes, inmigrantes clandestinos, estudiantes y mendigos, pero sobre todo y por desgracia, los niños de la calle. En esta ciudad moderna donde la vida es cara en comparación con otras regiones del país, existe un fenómeno que no pasa nunca de moda: la generosidad, llamada corrientemente limosna. Si no, ¿como sobrevivirían al alto coste de la vida muchos pobres y excluidos? Algunos prefieren vivir de la mendicidad bajo una apariencia de pobres, pero este no es el caso de todos.
- “ Perdí a mis padres, a mis hermanos y hermanas, en las matanzas y la guerra civil que hubo en el Congo.
- Tengo 27 años, soy la mayor de una familia de 9 hijos de Nigeria donde la situación de las clases pobres es insoportable. Quise intentar mi suerte en España y he aquí que me encuentro fracasada en Marruecos”.La que se expresa así es una mujer de 27 años, de rasgos finos que vive de la mendicidad. Viste una túnica (djellaba) al estilo marroquí, se expresa en inglés y pronuncia algunas palabras en árabe.
Otro día, en el aparcamiento del mercado junto a la medina, veo a una pareja joven con su pequeño en brazos. Les doy los buenos días. Hablan en inglés y entablamos conversación. Ellos también piden limosna a los usuarios del aparcamiento. Me dicen que son de Ghana. Habiendo intentado la travesía del Mediterráneo y pasando por Marruecos, fracasaron en Oujda, en la frontera argelina. Después de un año de tentativas y de vida errante en vano, nació el pequeño John.
Más adelante encuentro a una mujer que vende vestidos de algodón. Me acerco a ella y le pregunto el precio. Cien dirhams cada uno. Le pregunto de dónde vienen los artículos: del Senegal, me dice ella.
- “Soy senegalesa y en este momento estoy con el alma en un hilo; lo que hago es ilegal, lo sé muy bien, pero no tengo otro remedio. Soy clandestina y no puedo conseguir la autorización de venta. La policía me sorprende a veces y me confisca la mercancía y me toca recomenzar de nuevo.
¡Son numerosos los niños de la calle que se preparan su pequeña droga, que duermen en cajas de cartón ante los lujosos hoteles de la ciudad! Se forman una personalidad fuerte y adulta que los arrastra a preferir a veces la calle, a las constricciones familiares o estructurales. Algunos han sido abandonados por sus padres. ¡Hay mucho que hacer! ¡Hay muchos abandonados!
El Centro Lalla Meriem donde trabajo, acoge a los niños abandonados. Son 165 niños de 1 a 26 años. Proporciono cuidados médicos a los que tiene una minusvalía, así como a los bebés, practicando la quinesioterapia y el estímulo precoz. Al principio mi trabajo no contempla la adquisición de buenas posiciones, sencillamente establece una relación de confianza. Todo empieza como un juego. Empleo medios simples para llamar la atención del niño: una muñeca, un osito, un canto, las cosquillas, los acariciadores, y sobre todo la inestabilidad del cuerpo porque los niños quieren moverse. También me doy cuenta cuando hay niños que parecen tristes, angustiados, nerviosos y turbados por el hecho de haber sido abandonados. Para ellos utilizo sobre todo la terapia de la risa que ayuda a la expresión corporal. Es una gran alegría constatar que la sonrisa y el reírse iluminan espontáneamente una cara triste. El reírse arrastra al niño algunos gestos y actividades que le ayuden a liberar sonidos y energía para agarrarse a la vida. He notado que en esta fase el niño se aferra a mí, como lo hacen con todas las personas que se ocupan de ellos; este es el caso de la mayor parte de los niños abandonados. Para el niño no se trata solamente de un juego, sino que se establece un lazo y una relación frente a la que quiere identificarse. En este momento hay que saber marcar las distancias sin herirlo, de lo contrario se haría más mal que bien en el momento de la adopción. Esta relación puedo compararla con las olas del mar, están en un continuo vaivén. Es decir que es importante saber dar mucho cariño y saber desaparecer.
Aquí en el centro de Lalla Meriem, en las habitaciones llamadas “nidos” mantengo el diálogo con los niños en el rincón de su cuna, hombres y mujeres anónimos del mañana.
Bibiane Nikiema, fmm